Somos los perfectos parabatai. Protegiéndonos las espaldas sin descanso, nunca nos separarán, amigas y compañeras hasta el final.
.........................................................................................................................................................................................................................Ave Atque Vale. "For you to be my eyes when I do not have them. For you to be my hands when I cannot use my own. For you to be my heart when mine is done beating."

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Metamorfosis -2-


 

Agua, peces y libros. Criaturas marinas que deslizan sus ondulantes cuerpos ante mí. Es como estar soñando, como estar dormido sin estarlo. La musicalidad de las burbujas que danzan a mi alrededor se mezcla con el sonido y el olor del agua salada. Estoy en un universo de un azul infinito.
Las rocas y los corales que se adhieren a ellas cuentan historias en un lenguaje nunca descifrado, y un crepúsculo acuoso y sin sentido se divisa al fondo de esta nada eterna…
Y otra vez de vuelta a esta ensoñación de cristal, volando por el agua, nadando sobre el cielo hasta parajes deshabitados, compartiendo la belleza de la sencillez con esas criaturas de la noche. Las olas se duermen y la profundidad mágica de este mundo parece no tener fondo, parece querer que la explores hasta los rincones más recónditos. Las notas musicales de los musgos se meten en tus oídos hasta llegar a tu cabeza e invadir tu mente con trozos de mar verde, y los peces nadan a tu alrededor, produciendo un susurro de todo y nada, acariciando la superficie de lo ajeno, rozando la locura excesiva. Llorando por las estrellas perdidas de la noche. Anunciando la muerte de un sol que nunca llegará. Recogiendo con tesón las lágrimas de luna que caen como lluvia sobre el agua y revuelven tu pelo.
Cómo me gustaría estar allí y no ser prisionera de esta eterna metamorfosis.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Páramos. Capítulo 3.



A la mañana siguiente me despierto cubierta por una capa húmeda y fría de sudor, y un terrible sentimiento de terror ocupa mi mente: ¿Y si lo que he visto formara parte del futuro que nos espera? Vale, sé perfectamente que eso de ver visiones es imposible, pero algo me dice que lo que he visto esta noche es peligroso. Mucho más que una noche de pesadillas, como la de hoy, lo que he visto va mucho más allá que un simple susto. Palidezco mientras me pongo el uniforme para ir al valle donde me encontraré con el resto de los nominados y Yurena Ravenclaw. Cuando pienso esto, un escalofrío me recorre la columna vertebral, y me doy cuenta de que realmente estoy aterrada. No es para menos, supongo, pero darme cuenta de que lo que estoy sintiendo es miedo me horroriza mucho más. Entonces, lo veo. Abro los ojos como si hubiera estado dormida todo este tiempo, y me hubieran echado encima una jarra de agua fría. Como si el telón se hubiese alzado de pronto, descubriendo el decorado del fondo: ¡este es mi problema! ¡Me aterra el miedo! Por alguna extraña razón, haber descubierto esto me proporciona una cálida sensación de alivio, como una caricia tranquilizadora. Creo que ya estoy preparada para bajar, comer bastante (ya que puede que no coma en unas cuantas horas, o incluso días), despedirme e irme. No quiero alargar esto más de lo necesario, o le estaré dando una importancia que no merece. ¿O tal vez sí? Quién sabe… Es posible que muera, ¿de verdad que eso no me importa? ¿Es que no valoro mi vida? Por supuesto que lo hago, me apresuro a responderme mentalmente, mientras me peino, echándome el pelo hacia atrás e intentando trenzármelo como hace mi madre. Lo que pasa, argumento enseguida, intentando convencerme a mí misma, es que no quiero preocupar a las personas que me quieren. No quiero asustar a mamá, ni a Mónica. ¿Y tú? ¿Es que no te quieres? ¿Acaso intentas librarte a ti misma de tus preocupaciones?, me tienta una vocecita en mi cabeza. Está claro, necesito acallar esta horrible voz comiendo algo o no lo soportaré más. Bajo los escalones de dos en dos, y entro en la cocina. Mi hermana y mi madre están allí, caminando de un lado para otro, nerviosas, intranquilas. Porras. Tenía que haber previsto esto antes, ahora no me dejarán marchar sin antes haber derramado un reguero de lágrimas, abrazos y despedidas tristes. No es que sea de esas que odian las despedidas, al contrario, prefiero decir un desolador y doloroso “adiós” para dejar claro que me voy antes que andarme con rodeos, pero sé que mi madre no las soporta. No soporta verme marchar, entonces, ¿por qué insiste en hacerlo? Pongo los ojos en blanco, pero Mónica ya me ha visto y corre hacia mí. No me abraza, me coge de la mano y desliza un objeto entre mis dedos. El tacto de esa manita pequeña y suave hace que me estremezca. ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué no he planeado con Noé una fuga antes del amanecer? ¿Por qué no nos hemos esforzado en comprender el motivo por el que se han cambiado las reglas de las pruebas, y hemos peleado hasta el final para combatir esta horrible injusticia? Es que no competimos contra niños. No competimos con gente de nuestro pueblo, con gente de nuestra edad. Competimos con unos chavales con más entrenamiento que nosotros, con más experiencia, con más fuerza, al menos física.
Aprieto con fuerza el objeto que me ha dado Mónica, me siento como si me estuviera yendo a la guerra, y en cierto modo es así. No quiero mirar lo que me ha regalado, porque sé que me pondré a llorar, y con las lágrimas que ya predigo que van a caer, prefiero contenerme. Mi autocontrol es lo único que me queda. Eso y mi ingenio. Dios mío, esto es un suicidio. ¿Qué lechugas estoy haciendo? ¡Me estoy entregando, como si mi cuerpo, mi vida tuvieran tanta importancia como una simple hoja de papel! Mi madre avanza a grandes zancadas hacia mí, y me estrecha entre sus brazos.
-Ada, yo…
-Mamá, por favor, sabes perfectamente que me quedo a desayunar -le digo, intentando relajar las tensiones.
-Lo sé, cariño. Te he preparado chocolate a la taza… Sé que no hay mucho dinero, pero un día nos lo podemos permitir -me responde. Ese detalle por su parte hace que me conmueva. Me vuelvo hacia mi hermana, para no tener que mirar a mi madre:
-¿Has desayunado ya?
-No -me contesta Mónica, mirándome con sus enormes e imperturbables ojos dorados. -Te estaba esperando para desayunar contigo.
-Bien -lanzo una ansiosa mirada hacia su taza. Está llena hasta el borde de leche normal, la leche que bebemos casi todos los días, recién ordeñada de las cabras del pueblo. De pronto siento un ramalazo de compasión y tristeza hacia mi hermana, seguramente mi madre se ha dado cuenta de que no contábamos con el dinero suficiente como para llenar dos tazas de chocolate y solo ha llenado la mía. Me vuelvo hacia mi madre, que se ha dado cuenta de lo que yo estaba pensando. -Esto, mamá, ¿por qué…?
-Mónica ha pedido leche -me interrumpe ella apresuradamente. -Dice que no le gusta demasiado el chocolate…
Mi hermana asiente enérgicamente, pero yo ya no puedo tragarme ese líquido espeso y dulce que me quemará la garganta y me hará sentir como se sienten las hijas de matrimonios ricos mientras mi hermana se bebe la leche de siempre. Simplemente no puedo. Pero tampoco debería desperdiciar el dinero que se ha gastado mi madre. En nuestra familia jamás se ha malgastado nada de comida, ni un solo alimento, nunca. No podemos permitirnos el lujo de elegir lo que nos gusta o no.
Sin embargo, se me ocurre una idea mejor. Vierto la mitad de mi chocolate en la leche de Mónica, sé de sobra que le gusta pero ha dicho que no para que me lo beba yo. Así ganamos las dos. Me bebo la otra mitad sin decir palabra, a decir verdad, ninguna de las tres decimos nada.
Sobre las ocho y media me levanto de la silla, dirigiéndome hacia mi madre:
-Tengo que irme ya.
-Espera, ¿no quieres que te peine? -me pregunta, con un brillo de nostalgia en sus ojos. Asiento, intentando tragarme las lágrimas. Mi filosofía es esta: cuando tus sentimientos no van a hacer bien a nadie, ni siquiera a ti, mejor no mostrarlos. Pero algo me dice que, si intento ocultarle algo a mi madre, me estoy equivocando. Nunca conseguiría ocultarle algo, ni con el mayor esfuerzo del mundo. Me lleva al espejo del baño, y veo mi reflejo, un reflejo que me cuesta reconocer. ¿Yo, esa chica que luchaba por un mundo justo, va a entregarse a algo ilegal, en vez de pelear por lo sus derechos? ¡Tengo quince años, joder! ¡No soy un perro de caza, ni un anzuelo! Pero no tengo valor para enfrentarme a esa gente que me quiere ver con un puñal en la mano, intentando matar al enemigo; o yaciendo muerta en el suelo. Si Yurena Ravenclaw ha dicho que son superiores a ella, prefiero no imaginarlo siquiera.
Siento los dedos de mi madre, delicados en mi pelo, intentando desenredar los nudos inevitables. Alcanza el peine y me trenza el cabello, como siempre, pero esta vez es especial, porque no sé cuando volveré a sentir el cálido tacto de sus dedos en mi pelo. Siempre lo mismo, pero nunca igual.
Creo que intenta tardar todo lo que puede, no quiere separarse de mí y yo tampoco de ella. Ojalá tuviera el valor suficiente para reclamar lo que es mío. Pero después de unos minutos, me doy cuenta de que si seguimos jugando a esto de tardar a propósito, no llegaré a tiempo al Valle, y entonces sí que rodarán cabezas.
-Mamá -digo con suavidad, -tengo que irme ya, se hace tarde.
Ella me mira en el espejo, nunca había visto tanta tristeza en su rostro, salvo aquella vez… Me estremezco. Ella sabe que no puede acompañarme, igual que Mónica. Sin embargo, me sorprende su fortaleza cuando murmura:
-Lo sé.
Nos dirigimos hacia la puerta de casa. No puedo llevar nada, son las normas, así que escondo el pequeño objeto que me ha dado mi hermana en uno de los bolsillos del uniforme. Mi madre se acerca a mí y me abraza con todas sus fuerzas:
-Puedes -la oigo susurrar. -Sé que puedes.
Mónica se acerca a mí, y me aprieta la mano:
-Te voy a echar de menos.
-Yo también -respondo, en un tono de voz apenas audible. Cruzo la puerta intentando tardar el menor tiempo posible, y cierro con suavidad. No quiero que mamá y Mónica se queden mirando mientras me voy. Saco el pequeño regalo de mi hermana del bolsillo. Está envuelto en un papel que huele a casa. Lo desenvuelvo con muchísimo cuidado, y después, con delicadeza, deslizo el presente en mi mano. Es un colgante en forma de pluma de cristal azul. Solo Mónica conoce mi afán por escribir, nadie me ha visto nunca hacerlo, aparte de ella. Solo ella ha leído algunos de mis relatos. Una lágrima traicionera resbala por mi mejilla, y me siento como si estuviera andando descalza sobre hielo. He comprendido el mensaje: “Vuelve, escribe, sé tú. No cojas el arco como si esa fuera tu única naturaleza”. No sé cómo, pero desobedezco como nunca antes lo había hecho, y sigo andando sin mirar atrás.



                                                                           ***
Llego al Valle, casi con retraso. Sabía que llegaba tarde, pero no he podido correr. Me pesan los pies como si fueran de plomo, ni siquiera sonrío cuando veo allí a Noé mirarme preocupado, y al resto de los nominados lanzándome miradas que no sé interpretar, no sé si son de compasión o de alegría de verme y comprobar que no he huido. Yurena Rawenclaw está ahí, con sus hombre. Un Irabita esboza una sonrisa sádica, y sin avisar, lanza un disparo al aire:
-Las pruebas comienzan… ¡YA!

viernes, 13 de septiembre de 2013

Metamorfosis - 1

Cierro de golpe el libro y alzo la vista. Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? Una nueva lección sobre tristeza y tormenta amarga. Ya nada es lo que era. Todo es esto, una metamorfosis eterna de secuelas, y ¿dónde te has metido? Ya no te veo, y mi único consuelo es esta forma de escritura desenfrenada. Y si vas sin frenos, pueden pasarte dos cosas: una, que te sientas libre por fin y que por suerte tu camino esté despejado y no te pase nada; o dos, que te embales y te choques contra algo. Y yo ahora siento que me he metido el golpe más grande de mi vida.
¿Por qué todo cambia? Si todo antes estaba bien, ¿por qué toda la luz se echó a perder? No quiero seguir recibiendo gritos histéricos. No voy a seguir esperando al borde de la carretera. Me aburro. Te echo de menos. ¿Por qué no paras de escribir chorradas? Miedo a no dar todo lo que se espera de mí. Miedo a estar desperdiciando mi vida de la forma más mísera posible. Agua al cuello. Preocupación, histeria, desinterés. ¿Sobreviviré? No se vive una gran vida si no se tienen grandes objetivos. Disparé. Agua y sangre. Yo no quiero esta vida. Yo no elegí nacer. A lo mejor debería no haber nacido, y…
De vuelta a mis orígenes. ¿Dónde estoy? No me reconozco. Sin memoria, sin recuerdos. Hay recuerdos que es mejor borrarlos. Borrar. Borrar. Borrar. Eliminar. Papelera de reciclaje. Quemé todas tus fotos. Lloro frente al fuego, desesperadamente, pero, ¿por qué? No me entiendo. No te entiendo. Estoy llorando por algo que no recuerdo. Tal vez porque ahora la niña buena se ha metido en líos. Tal vez porque sé que podría haber tenido una vida mejor. Una vida que viví y que ahora no recuerdo. He apagado toda llama. Y el suspiro se ha ahogado en medio de esta eterna metamorfosis.