Capítulo
1
Naia
y yo habíamos sido los mejores amigos desde que tenía uso de razón.
Nos gustaba escaparnos de nuestras clases y correr por los desiertos
pasillos del Instituto, huyendo de nuestro mentor, que nos perseguía
hasta quedarse sin aliento.
Solíamos ir juntos al parque y hacer
carreras para ver quién escalaba antes un árbol, y después de que
ella me ganara (siempre lo hacía), nos quedábamos tumbados en las
ramas contándonos cosas mientras veíamos cómo el viento movía las
hojas del árbol.
Ella tenía un
año menos que yo, una deslumbrante melena rubia, ojos verdes
grisáceos, y una enorme sonrisa; era bajita, delgada y muy ágil,
por lo que escalaba muy bien. También era muy inteligente, y
dibujaba genial.
Naia era mi alma gemela. Allá donde
estuviera ella, estaba yo. Nos divertíamos juntos, y mi vida en el
Instituto habría estado vacía sin ella. Cuando jugábamos al
escondite, era un hacha. Siempre se buscaba un nuevo lugar donde
ocultarse, y yo acababa desistiendo a encontrarla, por lo que ella se
reía de mí constantemente.
El lugar favorito de Naia era la
enorme biblioteca que ocupaba una gran parte del ala izquierda del
Instituto. Cuando ella estaba triste, solía esconderse en un pequeño
y oscuro hueco que había entre dos estanterías, y muchas veces se
quedaba dormida allí, con lo cual pasaban varias horas sin que nadie
la hubiera visto, y todos los habitantes del instituto se volvían
histéricos buscándola. Me costó varios años encontrar el lugar
donde se escondía, pero desde entonces fue como nuestro escondite
secreto.
Cuando la madre de Naia, la directora
del Instituto y un importante
escaño en La Clave
se iba de viaje a
Alacante, cosa que ocurría a menudo, Naia y yo solíamos
quedarnos al cuidado de mis padres, que cada vez que jugábamos
juntos o reñíamos por cualquier tontería se miraban y decían
cosas como “Ay, que bonita pareja...”. Entonces yo abrazaba a
Naia por la espalda hasta casi aplastarla, y ella soltaba uno de sus
“¡Aaarghhh! ¡Quita!”, y me empujaba lejos. Yo me reía de ella,
que me miraba con asco, y mis padres soltaban risitas tontas. Los
mayores solo pensaban en tonterías y en cosas aburridas como el
amor.
Si mis padres tenían una misión de
última hora (básicamente, todas las misiones lo eran) y tenían que
salir cuando la madre de Naia se encontraba fuera, nos quedábamos al
cuidado del profesor Sigh,
un Nefilim viejo y gordo que hacía mucho que había dejado de luchar
para dedicarse a la enseñanza. El profesor era nuestro mentor, y nos
daba aburridas clases de religión y latín “para
educaros en el arte de los guerreros Nefilim”, como
él solía decir. Naia
era una estudiante muy aplicada y sacaba siempre muy buenas
notas, pero yo me aburría mucho en clase, porque me parecía una
tontería que un Cazador de Sombras tuviera que saber latín para
matar a un demonio. Yo tenía muchas ganas de cumplir los 12
años para comenzar a aprender a luchar como hacían mis padres.
Cuando
nos quedábamos con el profesor siempre nos estábamos burlando de
él, haciendo tonterías como peleas de bolitas de papel entre
nosotros (bolitas que nunca acertaban el objetivo e iban a parar a la
calva del profesor Sigh) o corriendo de un lado al otro del Instituto
mientras éste nos perseguía sin aliento, hasta que acababa tirado
en el suelo, rojo como un tomate y sudando como un pollo, intentando
recuperar el aliento. Le
gustaba murmurar cosas
como:
“No dais
más que problemas. Cuando seáis mayores seréis unos
revolucionarios, puedo verlo. Lo que nos espera a todos cuando estos
dos crezcan...”. Creo que él nos odiaba bastante, y cuando le
hacíamos esas cosas solía mandarnos el doble de deberes, aunque
merecía la pena por ver su cara.
Pero
cuando Naia y yo nos encontrábamos a solas con su madre, la cosa
cambiaba completamente. La madre de Naia, Lynette,
una Cazadora de Sombras de origen francés, era una mujer muy seria y
estricta. La familia de Naia se suponía que era muy rica, y como
solía decir su madre, “provenimos de una larga estirpe con sangre
de la realeza, y debemos hacer honor a nuestro apellido
comportándonos como unas damas de nuestra categoría se supone que
deben hacer”. Naia había sido educada para ser una señorita, y
bien que lo demostraba cuando estaba en presencia de su madre. Pero
yo sabía que dentro de ella escondía un alma rebelde, que no estaba
de acuerdo con la educación que le proporcionaba su madre, un alma
guerrera. Alma de Cazadora de Sombras.
Lynette
era una mujer cuadriculada, ordenada y estricta. Siempre vestía de
gris y llevaba su cabello rubio platino recogido en un perfecto moño
estirado sobre la nuca. Su espalda estaba recta como una vara, y
juntando eso con su seria cara y su agria mirada, daba una impresión
imponente y aristocrática. Pero aristocrática al estilo de esas
viejas estiradas de las películas históricas.
Su aspecto hacía que pareciera, al menos, diez años más vieja de
los treinta y dos que tenía por aquel entonces. No se parecía en
nada a su hija, no tenía espíritu de Cazadora de Sombras. No me
gustaba.
Cuando
estábamos con su madre, Naia dejaba de ser mi alocada mejor amiga
para convertirse en una pequeña dama de postura correcta y palabras
corteses. Yo intentaba lo más que podía portarme
como un buen chico,
pero era incapaz de resistirme a sacar una sonrisa de
la cara seria de Naia, y siempre acababa picándole
o poniendo caras raras hasta que ella no podía más y soltaba una
risita. Entonces su madre bajaba la aburrida revista que siempre
estaba leyendo, levantaba la mirada hacia nosotros, nos
miraba echando chispas por
los ojos, y decía:
—De verdad,
hija, no sé cómo puedes relacionarte con personajes tan maleducados
y rebeldes. Eso no es propio de una señorita.
Entonces yo le
sacaba la lengua con odio, y Naia contestaba:
—Pero,
madre —sí,
llamaba madre a Lynette,
ella era muy estricta con respecto a eso—,
Jar
es mi mejor amigo. No tengo más amigos aquí, no es justo que me
prohíbas estar con él.
Entonces
ella me miraba de nuevo con odio, suspiraba, y se iba murmurando
“este chico solo va a darnos problemas...”, y cosas por el
estilo. Yo miraba cómo se iba con una sonrisa de suficiencia, y
después comenzaba a pinchar a Naia en el hombro con mi dedo, hasta
que ella empezaba a reír y gritaba: “¡Para, idiota!”. Entonces
se tapaba la boca para ocultar su risa, esperando que su madre no la
hubiera oído. Y entonces yo estaba seguro de que había recuperado a
mi mejor amiga.
Siempre
tuve la sensación de que no
le gustaba a
Lynette.
Nunca supe por qué lo hacía. Quiero decir, era un niño algo
revoltoso, muy rebelde, y en su opinión no era adecuado para una
“señorita” como Naia, pero no recordaba haberle hecho algo tan
horrible como para que me odiase. Ella simplemente me miraba con odio
cada vez que me veía, como si hubiera algo hecho algo tan malo que
no podía cambiar. Siempre se quejaba de mí, y buscaba cualquier
excusa para reñirme por mis inocentes bromas.
Pasó
el tiempo, y yo cumplí doce años. Las clases con el profesor Sigh
pasaron a un segundo plano, y comencé a entrenarme junto con mi
padre para aprender a luchar. Durante unos meses aprendí más sobre
los Nefilim entrenando de
lo que lo había hecho sentado en una silla. Aprendí a usar las
armas, técnicas de todas las clases de artes marciales, a
defenderme, y sobre todo, a defender a los demás.
En
ese tiempo estuve algo separado de Naia, pero ella solía ir a verme
entrenar cuando terminaban
sus clases, y cuando yo acababa me sonreía, decía lo bien que lo
había hecho, me revolvía el pelo y me daba una botella de agua.
Después íbamos juntos a dar una vuelta, y nos contábamos
mutuamente lo que habíamos aprendido ese día.
Antes
de que me diera cuenta, había pasado un año, y ya era la edad de
Naia de comenzar a entrenar. Cuando se lo comenté ella rió
emocionada, y fuimos a preguntarle a mi padre cuándo comenzaría a
entrenar con nosotros.
Lo
encontramos en el despacho de Lynette, hablando
con ella. Bueno, no sé si hablar es la definición correcta. Más
bien estaban gritando.
—Es
una Cazadora de Sombras, Lynn —decía mi padre—. Es su obligación
como tal ser entrenada para luchar.
—¡Naia
ha sido educada para ser una señorita, no una asesina!
—contraatacaba Lynette— Tal vez tenga sangre Nefilim, pero nunca
permitiré que sea como vosotros. Soy su madre y su tutora, y le
prohíbo acercarse a la sala de entrenamiento. No permitiré que le
ocurra algo malo, y es mi última palabra, Roger.
La
madre de Naia se giró para marcharse cuando nos vio a los dos
espiando. Miré a mi amiga. Sus ojos estaban brillantes por las
lágrimas.
—Madre,
yo... —comenzó a decir con la voz rota, pero antes de acabar la
frase su madre cruzó la sala en dos zancadas, la cogió de la mano y
se la llevó de allí.
Miré
cómo se desplazaban por el pasillo a la velocidad de las largas
zancadas de Lynette. Naia se giró para mirarme con sus preciosos
ojos llenos de lágrimas, diciendo con su expresión “Ayúdame”.
Me
dispuse a salir corriendo hacia donde ella estaba cuando
sentí la pesada mano de mi padre sobre mi hombro.
—Déjala,
Jareck.
—Pero...
—No
puedes hacer nada, hijo —me
cortó—.
Déjalo.
Le
miré con odio mientras la ira se deslizaba sobre mí.
—¿Por
qué? ¡¿Por
qué?!
¡No es justo! Naia estaba tan emocionada de que por fin iba a
entrenar con nosotros, y esa idiota ha...
—Basta
—volvió
a cortarme mi padre, esta vez mucho más serio. Se arrodilló junto a
mí y me miró. Sus ojos grises, reflejo de los míos, estaban llenos
de dureza y a la vez tristeza. Justo como imaginaba que estarían los
míos, ahora que la ira comenzaba a desvanecerse y la impotencia se
abría paso en mi corazón.
—Lynette
es la madre de Naia —dijo
mi padre—,
da
igual lo que ella o cualquiera de nosotros quiera, al final es ella
la que tendrá la última palabra. Aunque si la Clave se entera de
esto y Naia reivindica que quiere ser entrenada como Cazadora de
Sombras, poco podrá hacer ella por evitarlo.
Terminó
con un suspiro. Al principio pensé que esa era una opción genial
para solucionarlo, pero algo en la mirada de mi padre me indicó que
no era buena idea. Tal vez porque no quería meterse en problemas con
la Clave, o tal vez porque la
madre de Naia era muy importante en ésta y seguramente no serviría
de nada.
El
caso es que al final no pude hacer nada para evitar que Naia no fuera
entrenada.
*-*-*